jueves, 28 de mayo de 2009

El reencuentro del ser mismo.

Me vine así nomás, con el corazón queriendo saltar a través de la garganta. Nunca entendí por qué fue tan repentino, pero no se trataba de una historia de amor esta vez, ha ha, no. Es la metamorfosis de un pichichu que desobedece a su amo de vez en cuando, que sintiendo que sin irse del camino que sabe que debe seguir, rompe las reglas más populares y básicas que hay que romper. Sólo para caber (¿o caer?) dentro del status de la “normalidad”. Este individuo tiene otro compinche que siempre le cuestiona todo lo que hace y lo ve frunciendo los seños y mirandolo con el mentón elevado y ojos para abajo. Pero al final siempre lo entiende y lo acepta tal como és.

Un día estuvo al borde del límite de lo que sabe que puede abordar, y fue así que él, desafió lo imposible (o por lo menos eso tuvo entendido) y simplemente midio mal la jugada con sus dedos. Se le fue de las manos todo y como no lo pudo controlar, solo le quedo una sola opcion: ser controlado. Fue así cuando su fiel amigo lo rescato de esa nulidad, quién inteligentemente pidió solo una cosa a cambio: ser obedecido. Así, fue cuando yo, coco, me lu cruzé cuando se lo llevaban vendado en la camilla rumbo a un lugar de sanación espiritual y me susurró: “No quieras pasarte de vivo, la vida es corta pero de cristal”. Y por alguna razón, yo empezé a obedecer a mis compinches.

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